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Capítulo 43: Dolor

  El entrenamiento había comenzado. Como si el destino mismo los empujara en direcciones distintas, cada uno de los compa?eros de Biel se separó, llevándose consigo sus respectivos Fragmentos a sus dominios. Se volverían a encontrar en seis meses, pero hasta entonces, cada uno debía embarcarse en un camino solitario hacia la fortaleza y el entendimiento de su propio poder.

  Biel observó a sus amigos desaparecer en destellos de luz y sombras, sintiendo una extra?a mezcla de emoción y vacío. Sabía que este era un paso necesario, pero la idea de entrenar lejos de los demás le causaba una inquietud que no podía explicar del todo. Entonces, Aine posó su delicada mano sobre su hombro, atrayendo su atención.

  —Querido Biel, ahora iremos a mi dominio —dijo ella con una voz serena, pero firme, como una melodía envolvente en medio de una tormenta.

  Biel la miró con determinación y asintió.

  —Está bien. Estoy listo.

  En un parpadeo, la realidad se desmoronó como un espejo roto, y el mundo a su alrededor cambió. La sensación de ser arrastrado a través del espacio era como si una brisa celestial lo envolviera, ligera pero incontrolable. En un instante, Biel, Charlotte y Yumi se encontraron en una ciudad que desafiaba toda expectativa.

  Era una metrópolis majestuosa, de elegancia inmaculada. Las calles estaban pavimentadas con piedras que reflejaban la luz del sol como si fueran estrellas atrapadas en la tierra. Los edificios, de arquitectura refinada, parecían construidos con marfil y oro, elevándose hacia el cielo con una gracia casi divina. La brisa transportaba un aroma dulce, un perfume de flores exóticas que flotaba en el aire como un susurro.

  Charlotte dio un paso adelante, sus ojos reflejando el asombro que la consumía.

  —Es… hermoso. —Su voz era apenas un murmullo, como si temiera romper la armonía del lugar.

  Yumi, a su lado, miró a su alrededor con una mezcla de asombro y cautela. Sus dedos recorrieron la tela de su vestido, como si quisieran asegurarse de que no estaban so?ando.

  —Esto no se parece a nada que haya visto antes… —susurró.

  Aine sonrió con dulzura, su cabello ondeando con el viento como hilos de plata danzando al compás de una música secreta.

  —Este es mi territorio —dijo con orgullo, extendiendo los brazos—. Y aquí entrenaremos durante seis meses. Este será el lugar donde se fortalecerán, donde romperán sus límites y se convertirán en versiones más poderosas de ustedes mismos.

  Biel la miró con una chispa de determinación en sus ojos.

  —Entonces haremos lo que sea necesario. No desperdiciaré este tiempo.

  Aine inclinó levemente la cabeza y continuó con una voz llena de dulzura, pero también de una autoridad innegable.

  —Aquí, en esta ciudad, todo lo que deseen estará a su alcance. Ropa, hospedaje, comida… cualquier cosa que necesiten. No tienen que preocuparse por el dinero, pues en este reino el dinero no existe. Serán libres de elegir lo que deseen.

  Charlotte frunció el ce?o levemente.

  —Eso suena… demasiado perfecto.

  Yumi asintió.

  —No estamos acostumbradas a recibir tanto sin dar nada a cambio.

  Biel cruzó los brazos, pensativo. Luego, miró a Aine con respeto, pero también con firmeza.

  —Apreciamos tu hospitalidad, Aine, pero no abusaremos de tu amabilidad. Hemos venido aquí a entrenar, no a ser consentidos.

  Los ojos de Aine destellaron con una ternura inmensa, pero también con una sombra de melancolía.

  —No se preocupen. ?Nada de esto es un regalo inmerecido! —dijo, su voz un eco suave entre las paredes de la ciudad—. Biel, tú eres mi portador. Te mereces todo esto y mucho más. Has pasado por mucho, demasiado. Es momento de que, aunque sea por un instante, experimentes un mundo donde puedas respirar sin peso en los hombros.

  Las palabras de Aine cayeron sobre Biel como una brisa cálida, pero también como una daga silenciosa. Recordó todo lo que había vivido, las heridas, las batallas, las pérdidas. Sus pu?os se cerraron con fuerza.

  —No hay descanso para los que deben ser fuertes —murmuró, su voz apenas un susurro.

  Aine se acercó y tomó su mano con delicadeza, como si sostuviera algo frágil pero valioso.

  —Y sin embargo, incluso los más fuertes necesitan un instante para recordar por qué pelean.

  Biel la miró a los ojos, sintiendo la sinceridad en cada una de sus palabras. Se permitió un leve suspiro, dejando ir una parte del peso que cargaba en su alma.

  —Bien —dijo al fin—. Pero no olvidaré por qué estamos aquí.

  Aine asintió con una sonrisa, y sin decir más, guió a Biel, Charlotte y Yumi hacia el corazón de la ciudad, donde el entrenamiento verdadero daría inicio.

  La calma de aquel paraíso era solo una ilusión. Pronto, el dolor se convertiría en su maestro.

  Aine guió a Biel, Charlotte y Yumi por las calles adoquinadas de la majestuosa ciudad, donde el sol reflejaba su resplandor sobre los edificios de cristal y mármol. El viento danzaba entre las estructuras, llevando consigo el aroma a flores y especias exóticas. A medida que avanzaban, la gente empezó a inclinarse en se?al de respeto, saludando con sonrisas a Aine, quien correspondía con una elegancia natural.

  —Gran Fragmento de la Llama Eterna, es un honor verla de nuevo —dijeron dos figuras que emergieron entre la multitud. Sus presencias eran firmes, pero con un aire de humildad.

  Aine se detuvo, giró suavemente y les dedicó una sonrisa apacible.

  —Nos alegra volver a verla —continuó uno de ellos—. Veo que trae acompa?antes. Estamos a su servicio para lo que sea necesario.

  —Esta vez entrenaré a estas tres personas por seis meses —dijo Aine con voz melodiosa, pero con una autoridad incuestionable—. Y cuento con su ayuda para que el entrenamiento sea efectivo.

  Ambos individuos hicieron una leve reverencia.

  —Con gusto le serviremos en lo que necesite.

  El primero, un joven de cabellos oscuros y mirada afilada, se adelantó.

  —Mi nombre es Lacape. Soy un Fragmento, pero no como los Grandes Fragmentos. Se podría decir que soy un Fragmento inferior.

  La otra persona, una joven con una postura firme y ojos penetrantes, también se presentó con una voz serena pero firme.

  —Mi nombre es Jun. Al igual que mi hermano, soy un Fragmento inferior.

  Lacape sonrió de lado y agregó:

  —Somos hermanos, aunque ella es mayor. No dejen que mi actitud relajada los enga?e, su temple es mucho más firme que el mío.

  Biel asintió con respeto.

  —Mucho gusto, espero que podamos aprender mucho de ustedes.

  Aine retomó la palabra.

  —Bien, es hora de ir hacia el campo de entrenamiento. He estado preparando este lugar para fortalecer sus capacidades al máximo.

  Al hablar, extendió una mano y un portal de energía ardiente se materializó ante ellos, su brillo oscilante reflejaba incontables colores como si contuviera galaxias en su interior. Uno por uno, cruzaron el umbral y la sensación fue como sumergirse en una corriente cálida y vibrante.

  Cuando sus pies tocaron suelo firme de nuevo, se encontraron en un campo amplio y vasto. Un horizonte de tierra inquebrantable se extendía hasta donde la vista alcanzaba. El cielo era de un azul profundo, atravesado por nubes que parecían moverse con una voluntad propia. El viento aquí tenía un peso distinto, cargado de una energía que electrizaba la piel.

  Aine se giró para mirarlos, con la solemnidad de quien está a punto de cambiar vidas.

  —Este es el campo de entrenamiento que he preparado. Aquí podrán desatar todo su poder sin preocuparse por destruir la ciudad o la vegetación. Ahora, cada uno tendrá una tarea distinta. Yumi, entrenarás con Jun. Charlotte y Biel, en cambio, deben superar una prueba antes de comenzar su verdadero entrenamiento.

  Lacape cruzó los brazos y asintió con paciencia.

  —Esperaré con gusto a que Charlotte termine su prueba antes de entrenarla.

  Biel frunció el ce?o. Había algo en la manera en que Aine lo dijo que le provocó un escalofrío.

  —?Prueba? ?Qué clase de prueba es?

  Aine tomó aire y sus ojos mostraron por un instante una sombra de pesar antes de responder.

  —Biel, Charlotte… me disculparán, pero esta prueba será la más difícil de superar. Tendrán que revivir el pasado.

  Charlotte abrió los ojos con sorpresa.

  —?Revivir el pasado? ?O sea que… vamos a viajar al pasado?

  Aine negó suavemente.

  —No físicamente. No cambiarán nada de lo que ya ocurrió. Sin embargo, revivirán cada momento con una claridad absoluta. Sentirán todo el dolor, cada decisión, cada pérdida… pero también cada verdad que han intentado olvidar.

  El corazón de Biel se detuvo un instante. Su cuerpo sintió un vacío tan profundo como si la gravedad hubiera desaparecido a su alrededor.

  —No me digas… —susurró—. ?Tendremos que revivir los recuerdos de nuestros padres?

  El viento sopló con una fuerza repentina, como si la naturaleza misma reaccionara a su angustia. La idea de enfrentarse a esos recuerdos era como contemplar un abismo sin fin.

  Aine no respondió de inmediato, pero su mirada lo confirmó todo. Biel sintió que el mundo a su alrededor temblaba, no físicamente, sino en su propia mente. Su pasado, una tormenta que siempre había intentado dejar atrás, ahora se convertiría en su próximo campo de batalla.

  Charlotte cerró los ojos por un instante y luego los abrió con determinación.

  —Si esto es necesario para volvernos más fuertes… lo haré.

  Biel tragó saliva, sintiendo un nudo en la garganta.

  —?No tengo otra opción, tendré que afrontar la verdad?

  Aine se acercó y posó una mano sobre su hombro con suavidad, pero con un peso innegable.

  —A veces, para avanzar debemos enfrentar lo que más tememos. Este no es un castigo, Biel. Es el único camino para que su poder se libere por completo.

  El joven cerró los pu?os, sintiendo cómo su corazón latía con furia. Sabía que había cosas de su pasado que jamás había querido volver a ver. Sin embargo, si esto significaba alcanzar la fuerza que necesitaba para proteger lo que amaba, entonces lo haría.

  —Que así sea —susurró, sin notar que sus dedos temblaban levemente.

  Aine asintió. Con un gesto de su mano, el suelo bajo ellos comenzó a brillar con una energía etérea. La prueba había comenzado.

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  Aine cerró los ojos y levantó las manos con solemnidad. Su voz resonó con la gravedad de un juicio inquebrantable, pero también con la dulzura de una plegaria.

  —Revivir el pasado es el impulso para superarse… y será la chispa que los llevará al límite de sus capacidades.

  Las palabras flotaron en el aire, impregnando la atmósfera con un peso invisible. Biel y Charlotte sintieron un tirón en sus almas, un arrastre ineludible. Antes de que pudieran reaccionar, sus cuerpos cedieron. Sus pupilas se dilataron y, en un instante, se desplomaron, cayendo en un abismo sin fondo.

  Aine exhaló suavemente, su expresión serena, pero su corazón pesado. Con un gesto de su mano, materializó dos camas de energía cristalina y colocó a los dos inconscientes sobre ellas. La brisa agitó su cabello plateado, pero no pudo disimular el leve temblor en sus manos. Un susurro de tormento escapó de sus labios cuando una solitaria lágrima se deslizó por su mejilla y se perdió en el éter.

  Lacape se acercó con pasos calculados, observando el gesto silencioso de su superior. No hizo preguntas, porque ya conocía la respuesta.

  —?Sabes lo que tendrá que enfrentar, cierto? —dijo en voz baja, con un tono que era una mezcla de respeto y compasión.

  Aine cerró los ojos por un instante, como si quisiera alejar el peso de la culpa.

  —Sí… —su voz fue un susurro, apenas audible—. Sé que esta prueba es necesaria, sé que lo hará más fuerte… pero también sé que el dolor que revivirá será mucho peor de lo que ya ha soportado.

  Lacape asintió, cruzando los brazos mientras observaba a Biel y Charlotte, atrapados en su trance.

  —El sufrimiento es un maestro cruel, pero también el más honesto. Si supera esto, no habrá barrera mental que lo detenga.

  Aine dejó escapar un amargo suspiro.

  —Cuando sus padres murieron, Biel estaba con sus abuelos y su hermana. Nunca vio sus últimos momentos… nunca supo lo que sintieron en su último aliento.

  La voz de Aine se quebró un instante, pero recuperó la compostura de inmediato.

  —Pero ahora… esta prueba hará que lo vea todo. Sentirá la desesperación, la impotencia, el terror en los ojos de sus padres cuando comprendieron su destino. Verá lo que jamás debió ver.

  Lacape apretó los pu?os. Conocía el poder de aquella prueba. No solo mostraba el pasado, sino que lo arrastraba como un torbellino de memorias vivas, donde el dolor y la angustia eran tan reales como la carne misma.

  —Lo entiendo, Aine —dijo con gravedad—. Pero vi en ese joven algo que muy pocos tienen. No es solo fuerza… es determinación. No importa cuán profundo sea el dolor, se alzará nuevamente.

  Aine se quedó en silencio, observando el rostro de Biel, sereno en su inconsciencia.

  —Eso espero… —murmuró. Pero en su corazón, el miedo se enredaba como una sombra persistente.

  El viento sopló con una fuerza repentina, levantando polvo y hojas secas en un remolino caótico. Era como si el mundo mismo anticipara la tormenta emocional que estaba por desatarse dentro de la mente de Biel y Charlotte.

  La prueba había comenzado, y no había vuelta atrás.

  Todo estaba nublado. Una densa neblina lo envolvía, como si el tiempo y el espacio se hubieran disuelto en un mar de sombras. Biel sintió su corazón latir frenéticamente mientras su voz se perdía en aquel vacío.

  —?Dónde estoy? ?No puedo ver nada!

  El eco de su propia voz se desvaneció en la inmensidad. El suelo bajo sus pies era inconsistente, como si caminara sobre un susurro, sobre un recuerdo que amenazaba con desmoronarse en cualquier instante.

  —Hermanito… mira por aquí.

  La voz de Charlotte cortó la bruma como una flecha de luz. Biel se giró rápidamente y siguió el sonido, sintiendo que el mundo volvía a cobrar forma. La neblina se disipó poco a poco, revelando una escena que hizo que su pecho se contrajera de inmediato.

  Ahí estaban ellos.

  —Papá… Mamá… —susurró, con la voz ahogada por la emoción.

  Sus padres estaban justo frente a él, sonrientes, rodeados por la cálida luz del atardecer. Biel intentó dar un paso hacia ellos, pero algo invisible lo retenía. Sus dedos se estiraron, anhelando alcanzar esas figuras queridas, pero era como intentar tocar el reflejo de la luna en el agua.

  —?Papá! ?Mamá!

  Pero ellos no lo escuchaban. No podían escucharlo. Su voz se perdió en el tiempo, sin dejar rastro alguno.

  Entonces, una versión mucho más peque?a de sí mismo apareció corriendo hacia ellos. Un ni?o de diez a?os con el rostro iluminado por la inocencia y la confianza en un mundo donde sus padres siempre estarían presentes.

  —Mami, papi, ?a dónde van?

  Su madre se inclinó hacia él y acarició su cabello con dulzura, su sonrisa era un rayo de sol atrapado en el tiempo.

  —Iremos a una reunión del trabajo, mi cielo. Llegaremos tarde, por eso los dejaremos con sus abuelos. Cuida de tu hermanita, ?de acuerdo?

  El peque?o Biel asintió con entusiasmo, su rostro iluminado por la seguridad que solo un ni?o puede tener.

  —?Sí, mamá! Yo la cuidaré.

  El Biel adulto sintió que algo dentro de él se desgarraba. Esas habían sido las últimas palabras que su madre le dijo antes de desaparecer de su vida para siempre. Las lágrimas empezaron a deslizarse por su rostro, frías como cuchillas, ardientes como brasas.

  Charlotte se acercó y, con una expresión quebrada, miró a sus padres.

  —Ella era mi madre… y él era mi padre… —su voz tembló, sus ojos nublados por lágrimas—. No los recuerdo muy bien… pero algo en mi corazón palpita con fuerza al verlos.

  Biel no pudo contenerse más. Gritó, un grito lleno de dolor, de rabia, de impotencia. Su cuerpo tembló y cayó de rodillas, aferrando el suelo como si pudiera arrancar ese sufrimiento con sus propias manos.

  —?Esto es demasiado!

  Era como si su mundo entero se desmoronara una vez más. Como si su corazón, ya remendado con hilos de determinación, se desgarrara de nuevo.

  Entonces, Charlotte lo abrazó con todas sus fuerzas, envolviéndolo en un calor que ni el tiempo ni la tragedia podían apagar.

  —Mami te dijo que me cuidaras, ?recuerdas? —su voz era un susurro quebrado, pero firme—. No te pierdas, hermanito. Ahora yo también te cuidaré a ti.

  Biel, sintiendo la calidez de su hermana, respiró entrecortadamente y la rodeó con sus brazos, como si temiera perderla también.

  —Hermanita… te quiero mucho.

  Charlotte esbozó una sonrisa entre las lágrimas.

  —Yo también te quiero mucho, hermanito.

  En ese instante, la escena cambió. Como una pintura borrada por el viento, el mundo a su alrededor se transformó. Ahora estaban en la calle, observando a sus padres subirse a un auto. Biel sintió un nudo en la garganta. Ya sabía lo que venía después.

  —No… no quiero ver esto… —susurró, pero la escena continuó.

  Dentro del auto, sus padres hablaban. No había preocupación en sus rostros, solo amor y esperanza.

  —Querido, ?has notado cuánto ha crecido nuestro peque?o? —preguntó su madre, su voz cargada de dulzura.

  —Es verdad —respondió su padre, con una sonrisa llena de orgullo—. Tiene tan solo diez a?os, pero ya sabe muchas cosas.

  Su madre suspiró, mirando por la ventana, con una expresión de sue?os y anhelos.

  —Cuando crezca… quiero estar ahí para verlo.

  El corazón de Biel se detuvo. Sintiendo un golpe en el pecho, como si la realidad lo hubiera atravesado sin piedad.

  —?NOOOO! —gritó con una furia desbordante, con un dolor imposible de contener.

  Su grito se convirtió en una tempestad, en un rugido que rasgó los cielos de su propia conciencia. Cayó de rodillas, sus manos aferrándose a la nada, a un tiempo que nunca podría cambiar.

  Charlotte intentó acercarse, pero esta vez ni su abrazo podía disipar el dolor que lo consumía.

  Ese era su límite. La barrera de su corazón había sido rota por completo.

  Y lo peor de todo… es que aún no había terminado.

  El recuerdo continuó, implacable. No había tregua, no había escape. Era un torrente de memorias que, como un vendaval sin piedad, arrasaba con todo lo que Biel y Charlotte creían haber superado.

  Esta vez, Charlotte era quien observaba.

  El auto avanzaba lentamente por la carretera iluminada por las farolas. Dentro, sus padres seguían conversando, ajenos al destino que les aguardaba. Sus voces eran un murmullo cálido, un refugio de amor en medio de un mundo cruel.

  —También mi ni?a es muy hermosa… —susurró su madre, con una sonrisa suave y melancólica. Sus dedos tamborileaban sobre su regazo con ternura, como si estuviera acariciando a Charlotte a través del tiempo—. Siempre cuídate, mis ni?os.

  Charlotte sintió un escalofrío recorrer su espalda. Su corazón palpitaba con fuerza, como si aquellas palabras la golpearan desde dentro, removiendo algo enterrado en lo más profundo de su ser.

  Su padre, con los ojos fijos en la carretera, respondió con voz firme, pero cargada de un amor inmenso.

  —Yo también cuidaré mucho de mis hijos. Ellos son lo más importante para mí.

  La respiración de Charlotte se entrecortó. Sus manos temblaron y, por primera vez, sintió un vacío dentro de ella que no podía explicar. Un abismo sin forma, sin nombre, que se abría en su pecho como un pozo infinito. Las lágrimas que no había derramado en tantos a?os, aquellas que se habían quedado atrapadas en su alma, comenzaron a deslizarse por su rostro.

  —?No… no puedo…! —susurró, cayendo de rodillas. Sus piernas ya no la sostenían, como si el peso de aquel dolor la estuviera aplastando.

  Las palabras de su madre y su padre se repetían en su cabeza, resonando como campanas de despedida.

  Biel, quien hasta entonces había estado sumido en su propio dolor, levantó la vista y vio a Charlotte desplomada en el suelo, con el rostro oculto tras sus manos temblorosas. Por un instante, su propio sufrimiento se disipó y una punzada de angustia diferente lo invadió. Su hermana, la persona que siempre intentó proteger, ahora también estaba atrapada en aquel torbellino de tristeza.

  —Charlotte… —murmuró, sintiendo su propia voz quebrarse.

  Ella negó con la cabeza, sin poder mirarlo.

  —Yo… no los recuerdo bien, Biel… No tengo tantas memorias de ellos como tú. Pero ahora… ahora los veo, los escucho… y algo en mi corazón se rompe. Algo que ni siquiera sabía que estaba ahí… —Su voz era un eco ahogado, atrapado entre el pasado y el presente.

  Sus manos se aferraron a su pecho, como si intentara sujetar su propio corazón para que no se hiciera a?icos.

  —Nos amaban tanto… —dijo entre sollozos—. ?Por qué tuvieron que irse así?

  Biel sintió un nudo en la garganta. Sus propias lágrimas habían cesado por un instante, reemplazadas por el dolor de ver a Charlotte derrumbarse. Se acercó a ella y la abrazó con fuerza, sosteniéndola como si el mundo entero estuviera colapsando a su alrededor.

  —No lo sé, Charlotte… No lo sé.

  El sonido de un trueno retumbó en la distancia. La escena empezó a desvanecerse lentamente, como arena siendo arrastrada por el viento.

  Pero el dolor, ese dolor profundo e insondable, seguía clavado en sus almas.

  Y sabían que lo peor… aún estaba por venir.

  El recuerdo continuó, pero ahora había llegado al momento más trágico en la vida de Biel.

  El rugido de los motores, el rechinar de los frenos, el grito ahogado de su madre. Todo se mezcló en una sinfonía de caos. Biel vio con horror cómo el auto en el que viajaban sus padres perdió el control, giró varias veces en el aire y se volcó con un impacto brutal. Chispas volaron al cielo como fuegos artificiales de pesadilla, mientras el metal crujía y el vidrio estallaba en mil fragmentos brillantes.

  Y luego, el silencio.

  Un silencio que no era paz, sino la cruel confirmación de lo inevitable.

  Biel contuvo la respiración mientras avanzaba tambaleante hacia la escena. Sus piernas temblaban, su corazón golpeaba su pecho con la violencia de una tormenta desatada. Se negaba a aceptarlo. No podía ser real.

  —No… no… —murmuró, su voz apenas un hilo roto en la oscuridad.

  Pero cuando vio los cuerpos inmóviles de sus padres dentro del auto destrozado, el aire se le escapó de los pulmones. Sus pechos ya no subían ni bajaban. Sus ojos, antes llenos de amor y calidez, ahora estaban cerrados en un sue?o sin regreso.

  —?NOOO! —gritó Biel, cayendo de rodillas. Su voz desgarró la noche como un lamento de pura desesperación.

  El mundo a su alrededor se desmoronó. El campo donde estaba se envolvió en un abismo de sombras, un manto de dolor que se extendía como una herida abierta. Charlotte intentó correr hacia él, pero una barrera invisible la detuvo. Golpeó el campo de energía con todas sus fuerzas, con los pu?os temblorosos y los ojos llenos de lágrimas.

  —?Biel, por favor! —gritó—. ?No te pierdas en la oscuridad!

  Ella también había visto la trágica muerte de sus padres, y el dolor era sofocante. Pero incluso en medio de su propia tristeza, sabía que su hermano estaba sufriendo mucho más. Lo vio derrumbarse, ahogarse en una sombra que amenazaba con consumirlo por completo.

  Pero entonces, una luz se encendió en la oscuridad. Una luz cálida, familiar, reconfortante.

  Biel sintió una presencia suave y serena envolverlo. Levantó la vista, y ahí estaban.

  —Mami… Papi… —susurró, su voz quebrada entre el llanto.

  Charlotte también los vio. Sus padres caminaban hacia ellos con una sonrisa tierna, llenos de la misma luz que había iluminado sus vidas tantos a?os atrás. Su madre se inclinó hacia Biel y acarició su mejilla con la suavidad del viento de primavera.

  —Mi ni?o… has crecido mucho —susurró con dulzura—. Me alegra ver que estás bien.

  El padre de Biel sonrió con orgullo.

  —Hijo, ahora casi eres un adulto. Lamento no haber estado a tu lado mientras crecías… pero siempre estuve mirándote desde el cielo, rezando para que tengas un buen bienestar y seas fuerte.

  Charlotte cubrió su boca con ambas manos al escuchar aquellas palabras. Su madre se acercó a ella y tomó sus manos entre las suyas, cálidas y llenas de amor.

  —Mi ni?a… eres mucho más hermosa de lo que recordaba. Siempre has sido luz para los que te rodean.

  Charlotte cayó de rodillas, incapaz de contener el torrente de lágrimas que la asfixiaba. Su corazón latía con fuerza, como si su cuerpo se aferrara a aquella imagen, como si no quisiera dejarlos ir otra vez.

  —Papá… Mamá… —sollozó Biel—. ?Por qué tuvieron que irse?

  Su madre sonrió con ternura, pero también con tristeza.

  —No llores, mi amor. Harás que tu hermoso rostro se llene de pena, y no queremos eso.

  Su padre se arrodilló frente a él y puso una mano firme sobre su hombro.

  —Recuerda, hijo… siempre ve hacia adelante. Nosotros nos fuimos, pero jamás desapareceremos de tu corazón.

  Biel sintió el peso de esas palabras hundirse en su alma. Asintió con los labios temblorosos, aferrándose a cada instante, a cada segundo de aquel momento que sabía que pronto desaparecería.

  —Mami… Papi… gracias… gracias por todo lo que nos dieron… —susurró—. Los extra?os tanto… pero prometo que nunca los olvidaré.

  Su madre le sonrió una vez más y asintió.

  —Y nosotros siempre cuidaremos de ti y de tu hermana, mi ni?o.

  El campo de energía comenzó a resquebrajarse. Peque?as grietas de luz se abrieron en el aire, como si el mismo mundo estuviera rompiéndose.

  —?No! —gritó Charlotte—. ?Aún no se vayan!

  El padre de Biel le dedicó una última mirada cálida y serena.

  —Llegó la hora de volver al cielo, peque?a… Pero nunca dejaremos de estar con ustedes.

  La luz se volvió cegadora. Biel y Charlotte sintieron el abrazo de sus padres por última vez, sintieron su calor, su amor, su protección… y luego, todo se disolvió en una brisa dulce y efímera.

  Cuando abrieron los ojos, ya no estaban en el recuerdo.

  La prueba había terminado.

  El mundo se sintió pesado al principio, como si Biel estuviera emergiendo de un sue?o demasiado real. Su respiración era irregular, su pecho subía y bajaba con fuerza, pero en cuanto abrió los ojos y vio la figura temblorosa de Charlotte frente a él, el peso en su corazón se disipó un poco.

  Sin pensarlo, la abrazó con toda su fuerza.

  —Yo siempre te protegeré, hermanita… —susurró, su voz temblando entre la emoción y el alivio.

  Charlotte sintió el calor del abrazo de su hermano, un calor que le confirmaba que, a pesar del dolor, seguían juntos. Sus lágrimas cayeron en el hombro de Biel, pero esta vez no eran solo de tristeza, sino de algo más profundo.

  —Gracias, Biel… —dijo, con la voz quebrada. Sus brazos también lo rodearon, aferrándose a él como si fuera el ancla que la mantenía firme en medio de una tormenta.

  Aine los observaba en silencio. Por primera vez desde que comenzó la prueba, su expresión se suavizó con un destello de alivio y alegría. Biel había regresado, pero no como antes. Sus ojos, aunque cargados con el peso del pasado, ya no reflejaban la misma desesperación de antes. Ahora, había algo más en ellos.

  Determinación.

  Era como si la sombra que siempre lo perseguía se hubiera disipado, como si finalmente hubiera encontrado una razón para seguir adelante sin que el dolor lo consumiera por completo. Aine sonrió levemente y se acercó.

  —Bienvenido de vuelta, Biel —dijo con una voz suave, pero firme. —Sabía que podrías hacerlo.

  Biel se separó lentamente de Charlotte y volvió la mirada hacia Aine. Su expresión ya no era la de un ni?o atrapado en el dolor, sino la de alguien que había atravesado el infierno y había salido de él con una nueva convicción.

  —No fue fácil… —admitió, cerrando los pu?os mientras sus dedos aún temblaban por la intensidad de la prueba—. Pero ahora lo entiendo… No puedo cambiar el pasado, pero puedo honrarlo con mis acciones.

  Aine asintió, satisfecha con su respuesta.

  —Entonces, estás listo.

  El viento sopló suavemente, llevándose con él los restos del dolor y dejando en su lugar algo nuevo. Algo más fuerte.

  Biel inspiró profundamente y miró a Charlotte.

  —Vamos, hermanita. Es hora de seguir adelante.

  Charlotte secó sus lágrimas y sonrió con la misma determinación.

  —Juntos.

  Y con eso, el verdadero entrenamiento estaba a punto de comenzar.

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